Cualquiera que haya probado lo que es enseñar los contenidos curriculares de lengua a un grupo de adolescentes, sabe que hay que imaginar muchas actividades distintas hasta encontrar las que de verdad ponen en marcha el proceso de aprendizaje. De ahí, y de la voluntad de acercar otras realidades a la experiencia escolar, surgió la propuesta de escribir una carta a los niños de una escuela del otro lado del mundo.